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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Caminando por la playa helada

La de hoy es una entrada-bálsamo.

Ya me han puesto fecha para defender el proyecto de "Autorrealización a través del trabajo". La parte teórica será el próximo viernes y la sesión práctica una semana después. Es un reto importante, en el que voy a hacer varias cosas por primera vez en mi vida y espero estar a la altura.

Para estos días previos a la presentación, he elegido la distensión, limpiar la mente del mundanal ruido, dedicarme a hacer ejercicio, escuchar música tranquila y comer más sano.

Ahora que la cabeza gira más rápido de lo normal, es precisamente cuando tengo que tomar un poco de mi propia medicina y respirar,...., "easy boy".

Es el descanso del guerrero previo a la batalla, donde uno se prepara para la acción. Un ejercicio de introspección para aquietar los pensamientos y permitir que todo lo aprendido, fluya de forma natural.

En línea con este propósito, el otro día fui andando a la oficina. Me levanté temprano para llevar a mi hija a la estación y como disponía de tiempo suficiente, decidí caminar al trabajo. Hacía frió y estaba completamente oscuro. Me puse la chamarra gorda, cogí los guantes y salí de casa. No había mucha gente por la calle y a diferencia de los demás días, no me cruce con ninguno de los estudiantes que con el rostro dormido se dirigen al colegio.

Al salir de casa pude ver a uno de los mirlos que canta por las mañanas, se posó en una rama baja del manzano japonés, justo el que estaba a mi derecha en el camino interior del parque. Extrañamente no salió volando y pudimos intercambiar una mirada cercana.

Había pocos coches en la carretera y mientras caminaba con la cabeza metida en las solapas de la chamarra, pude escuchar los sonidos ocultos de la ciudad.

Sin prisa llegué a la altura de la playa y observé que había marea baja, descendí por las escaleras a la arena, con cuidado de no resbalar en los irregulares escalones. No había prácticamente olas en la bahía, el mar estaba plano como si todavía no se hubiera despertado. Se veía con dificultad, pero podía oír el suave ruido de las olas a mi izquierda y los ecos de la carretera a la derecha. Caminaba como por una gran cueva, ensoñando, en la frontera de la vigilia. Me dije, es un buen momento para acoger las intuiciones, si deciden aparecer, y mientras esperaba su llegada, sentía como el roce del agua con la arena penetraba en mi cabeza y disolvía las frágiles estructuras mentales que poblaban mi cerebro.

Vacío, al final de la bahía, volví hacia la acera pisando la arena helada que crujía bajo mis pies. Acompasé el caminar al ritmo de la ciudad y de los peatones que ya empezaban a verse por la avenida. Cuando llegué al trabajo tenía dibujada una sonrisa y una mirada intensa que fácilmente podían denominarse paz interior.